AMMA: La madre de los Abrazos / Kerala


This is my India © Rafa Gassó

Tercera entrega de “This is my India”, el viaje vital por India del foto-periodista Rafa Gassó.

“¿Te das cuenta? La gente habla sin tener ni (puta) idea”. Un alemán hippie, más bien entrado en años, pontifica sobre la ineficacia de los tratamientos preventivos contra la malaria y la Pelirroja, farmacéutica de formación y, para más señas, ‘freak’ de la Parasitología (su amor platónico es el mismísimo Manuel Patarroyo), vira su gesto hacia el azul contenido, antes de continuar comiendo sin dejar de mirar fijamente el horizonte. Hemos llegado al ashram de La Madre, es la hora de la comida, y compartimos mesa y perdigonazos de curry con un grupo de mochileros iluminados por la ignorancia pseudo-mística y ayurvédica, y también con una bandada de cuervos capitaneados por un águila célebre(mente) cleptómana que a punto está de empezar a robar comensales.

Estamos bastante impactados por lo que hemos visto hasta el momento –más adelante nos enteraremos de que no son pocos los que se acercan a este supuesto retiro espiritual y salen espantados sin amortizar siquiera la primera noche- y, aunque se supone que me gano la vida poniendo letras a lo que veo, o a lo que hay, las diferentes estampas que saltan a nuestros ojos resultan inenarrables.

Yo, confieso, he venido porque esto es carne de reportaje y me ha salido el colmillo, pero la Pelirroja… Gracias por acompañarme (one more time) en esta loca aventura dentro de nuestra GRAN aventura, quiero agradecérselo públicamente. Y nunca mejor dicho lo de ‘loca aventura’, porque esto, amiguitos, es como sumergirse en un psiquiátrico engalanado para una convención de trekis esquizos confinados, por anormales, en mitad de la más remota selva (con todos nuestros respetos a la gente que se engancha a ese abstracto mundo de ‘lo espiritual’, tan loable y válido para cada cual como pueda ser el bingo, el sexo o la drogaína, conste en acta. Si a uno le sirve…).

Un ejército de hombres y mujeres vestidos de blanco y extra-sonrientes se abrazan los unos a los otros, descalzos y en un susurro silencioso, con la misma efusividad de quien se acaba de zampar una caja entera de trankimazines. Cabe señalar que la gran mayoría de los aquí allegados son occidentales –el resto son indios y la devoción por según qué asuntos más o menos religiosos va en su cultura, no hay nada de impostura en ello. Con todo, coincidimos con gente maja, interesante e incluso normal-, y lo único cierto es que todos van en busca del abrazo de […]

[…] tratamos de silenciar nuestras carcajadas de puro cansancio para no despertar a A –es de madrugada y compartimos habitación con ella; esto es un campamento- […]

Hace escasa media hora hemos conseguido el abrazo de La Madre –llevábamos el nº 3. 700 para participar en la gran factoría del buen rollo y el amor- y, la tontería nos puede. En tres días y tres noches hemos sobrevivido a la enajenación colectiva de lo que tiene todos los visos de ser una… ¿secta? A saber:

La Madre es una (muy buena) señora nacida en pleno corazón de la selva de Kerala que, un buen día, se reveló ni más ni menos como la encarnación de Krishna. Esto, en un país de enraizada convicción hinduista, viene a ser como si la Bruja Lola se presenta un día en el Vaticano vestida como la novísima encarnación de Cristo. Un sacrilegio no; lo siguiente. Sin embargo, en el Estado de Kerala, cuya tradición comunista discurre en paralelo a la tradicional presencia femenina en puestos destacados de la sociedad –sirva de ejemplo el hecho de que aquí se inauguraron las primeras comisarías de policía de, por y para mujeres- este hecho, apenas le granjeó unos cuantos miles de enemigos y, por el contrario, una infinidad, por millares, de fieles y devotos seguidores.

Su innegable poder de convocatoria, y una innata habilidad para los negocios, le ha llevado a aupar un auténtico emporio que cuenta con la más puntera sanidad y educación gratuita para todo aquel que quiera hacer uso de las diferentes universidades y hospitales varios, que ha levantado entre los remotos cocoteros que la vieron nacer… a base de entregas, donaciones y/o gestión de un ashram –comunidad espiritual- que ofrece acogida, previo pago, a cambio de los abrazos mágicos que ella misma reparte.

En el ashram de Amma –así se le llama a La Madre-, se reparten tres comidas básicas al día junto al precio de una cama (150INR, poco más de 2€); se convive en habitaciones de entre tres y seis personas (las hay también para parejas, no siempre); se hace yoga o astrología, entre muchas otras, y se reza, cantando, al atardecer. Además, todo visitante ‘debe’ colaborar trabajando gratis 2h al día a partir de la 3ª ó 4ª jornada de estancia… Y el escenario, al fin, para acoger a un sinfín de occidentales con nombres tales como ‘Araña’ o ‘Campanilla’, más papistas que el Papa, dispuestos a ‘evangelizar’ al mundo (mochilero) con dogmas que les caen cultural y naturalmente más lejanos que Pernambuco, está servido. Buen rollo, paz, amor… y desprecio en la mirada para los que consideran diferentes y/o impíos.

Son esas ocasiones en las que a uno le sale ese español bajito, cateto y chulo que habita en todo gen ibérico y decide acallar a boinazos las reprimendas generales (y siempre por parte de los occidentales, por cierto, no de los locales) por, verbigracia, dejarse coger del brazo en un lugar sagrado. ¡Menudo pecado! Quien tenga que opinar sobre sus gestos que venga y que me lo cuente. Esa es la clave. Cinismo, malapersonalidad y veneración de la violencia. Más información, sobre un tatami.

En fin, que después de esta loca loca experiencia nos quedamos con el ‘abrazo’ de una renunciante asturiana de 68 años –’renunciante’ se llama aquí al monje/a que acepta unirse a La Madre con los votos de pobreza, castidad y obediencia- clon del entrañable personaje que Jessica Tandy interpreta en la versión cinematográfica de la novela ‘Tomates verdes fritos’, a la que entrevisté para mí reportaje y quien convirtió una frugal conversación en un agradabilísimo manto de calma lleno de sabia experiencia. Llevaba casi tres lustros recluida en el ashram después de una vida aventurera entre África, América y prácticamente la totalidad del planeta y ya, enferma, allí había decidido esperar su “último viaje”, confesó con una sonrisa: “Que yo sepa, los únicos que conocen India son los que la han visitado en 15 días. Aquí no existen las urgencias, sino gente con prisa. Los indios tienen mucha paciencia. Y sí, son muy descarados, no tienen el concepto de ‘intimidad’ que tenemos nosotros. Miran siempre con los ojos muy abiertos, pero así es como hay que vivir, con sorpresa, como un niño, como si cada día todo fuera nuevo.”