En la bahía de Galway, en la costa oeste irlandesa, aguardan las islas de Aran, tres islas ínfimas que hacen bueno el axioma de que la esencia se guarda en frascos pequeños.

Las islas de Aran son tres balsas varadas a treinta millas marinas de Galway, azotadas por los vientos y bendecidas por la corriente del Golfo, que atesoran el mito y el epítome del país que, dicen la historia y las leyendas -algo que en Irlanda es todo uno- tal vez fue y que, desde luego, quiso ser. Inishmore, Inhismann, Inisheer; Inis Mor, Inis Meáin, Inis Oirthir: tanto en en inglés como en irlandés, el tintineo de sus nombres crea una letanía que conjura la Irlanda más pura, la que preservó el idioma ante la ocupación inglesa, la Eire autárquica fiel a Roma y hogar de duendes y hadas.

 

Una tierra -unas islas- de hombres y mujeres recios que vivían en irlandés, que pescaban a arponazos tiburones a bordo de currachs de tela, y que le arrancaban a la tierra calcárea áspera y casi yerma, a golpe de pala y abonando con algas y oraciones, cuanto necesitaban, y en la que hadas, héroes celtas y druidas convivían con santos católicos y aguas milagrosas.

 

Y así ha sido hasta hoy, cuando ni la televisión vía satélite, ni la omnipresencia del inglés ni la inalterabilidad de las rutas navieras han podido arrancar la magia de las islas de Aran, convertidas ya en lugar de peregrinaje para estudiosos del irlandés y de lo irlandés, para los amantes de lo místico y las culturas neolíticas, y, cómo no, parafraseando a D.H. Lawrence, para todos los hombres que aman las islas.




Las islas Aran, la terra incognita irlandesa

“Ve a las islas de Aran y encuentra una vida que nunca ha sido contada en la literatura”, le dijo el premio Nóbel William B. Yeats a un entonces joven escritor John M. Synge, autor del famoso libro Las islas de Aran, donde narra su vida entre los isleños; y ese viaje iniciatico para los intelectuales del Renacimiento irlandés -el movimiento literario/nacionalista de finales del siglo XIX que impregnó de carácter la cultura irlandesa- lo emprendieron antes que ellos los primitivos hombres del Neolítico que construyeron los misteriosos fuertes, los monjes de la Edad Media que huían de los saqueos y que erigieron monasterios e iglesias, y los campesinos del siglo XVII que lo hacían de la sed de sangre del cruel Cronwell -aquel que dijo a los irlandeses cuando los invadió aquello de “O al infierno, o a Connemara”– y que tejieron una red de muros de piedra con las que cercar los cultivos, sembrados sobre arena y algas.



Las islas de Aran fueron centro de poder en la prehistoria y faro de la cristiandad: cuando Roma ardía bajo la rabia de los bárbaros, los doce monasterios de las islas de Aran preservaban la fe cristiana. Los monjes copiaron y copiaron: y mientras el fénix, en la lejana Europa continental (como si acaso la hubiera insular), ardía y renacía de sus cenizas, en las azotadas explanadas peladas de estas islas cuentan sus mayores en los pubs que ponía, simplemente, huevos de oro.

 

También, eran islas poderosas: entre el año 800 d.C. y principios del siglo XII sus caciques eran poderosos marinos que controlaban las rutas marítimas del oeste de Irlanda y que, a cambio del oro de los comerciantes de Galway y el estuario del Shannon, las limpiaban de piratas. Hoy, las aguas están limpias de piratas pero pueden ser igual de inclementes con los viajeros poco acostumbrados a navegar, y que hacen de las islas de Arán uno de los destinos más visitados de Irlanda.



Inihsmore, la Isla Mayor

Los casi cuarenta kilómetros de travesía marítima hasta Kilronan -Cil Rónain en irlandés: “Iglesia de Ronan”, en Inishmore, la población más importante de las islas, son un trayecto por un océano con el color y la dureza del acero. En los ferries que prestan el servicio desde Doolin, en el condado de Clare, o Rossaveal, en el de Galway, los estudiantes cargados de mochilas que regresan a casa para pasar el fin de semana comparten espacio con isleños que transportan alguna que otra jaula con un par de gallinas y bolsas inmensas y repletas de Penney’s y de Spar. Los fardos de tabloides y las bicicletas de los turistas descansan mientras el viajero constata el refrán irlandés que dice que no es que haya mal tiempo, sino que uno viste un vestuario inapropiado. Los ferries atracan al lado de paquebotes pesqueros y de lanchas Zodiacs amarradas, que han arrinconado en los últimos años a los currachs, que hoy apenas se emplean para circunvalar la isla en competiciones deportivas.

 

Kilronan ejerce como capital del archipiélago: hay unos cuantos bed & breakfast, algún pub destacable en los que de noche no faltan Guinnes bien tiradas, sonidos de fiddle y canciones en irlandés, y tiendas de pertrechos y de recuerdos donde comprar un gansey (suéter) de Arán, una intricada y gruesa prenda de lana de ovejas de la isla que, si bien hace mucho no se teje a mano, reflejaba en sus intricados diseños los estados de ánimo de las tejedoras y también la historia de sus familias, entretejidas en cada puntada, todas con significado: la puntada “Árbol de la Vida’ que otorga buena suerte a su portador, el zigzagueo de la puntada “Líneas de matrimonio” que representa los altibajos de la vida matrimonial… Toda una obra de arte, puro Arán, con la que los hombres se echaban a la mar.

La fuerza telúrica de Arán se deja sentir en cuanto se abandona las cuatro calles que forman Kilronan y se enfoca la mirada hacia delante, hacia el paisaje de la isla, casi plana, sin árboles, de crudos ocres y verdes grisáceos, moteada aquí y allí de casas y granjas solitarias, de ruinas de iglesias, clòchans y fuertes. Hay que estar dispuestos a perderse por este laberinto de Teseo que son, gracias a los centenares de kilómetros de muros que los parcelan, los escasos veinte kilómetros cuadrados de isla.

 

Todos los caminos están bordeados de esos muros de piedra que son, en realidad, las venas de Inishmore y de las otras dos islas, y que acotan terrenos en los que, a golpe de paladas de arena y algas, crecían las cosechas de patatas y verduras: piedra que protegía los cultivos del viento inclemente, omnipresente, que es lo único que rompe el silencio. Este silencio silbante y la rotundidad del océano que abraza la isla ahondan la sensación de insularidad y, por lo tanto, de seguridad: se entiende así el recogimiento que encontraban quienes hicieron de las islas de Arán su lugar de devoción y refugio.




El santoral irlandés no se entiende sin Arán. Enda de Arán fundó Cill Eine, el primer monasterio irlandés, cerca de Killeany y que fue, también, el primero de los doce monasterios que llegaron a existir en Inishmore. San Brendán fue bendecido por su viaje allí, y San Columba lo llamó el “Sol de Occidente”. Todos ellos, como los habitantes, alumbraban la fe y se resguardaban de los ataques en los omnipresentes clòchans, cabañas de piedra con forma de colmena y tejado de paja de los tiempos del paleo-cristianismo y que salpican las tres islas de una herencia cristiana fundida con la mitología casi en cualquier lugar donde posemos la mirada.




Como en la cumbre de la colina de Teampall Bheanain, con sus restos de un torreón redondo, lo que queda de una cruz celta arrancada de su base y la ermita -con fama de ser una de las iglesias más pequeñas del mundo: apenas tres metros por menos de dos-; y sobre todo en Na Seacht dTeampaill (“las siete iglesias), cerca del fuerte de Eoghanacht, y que es el conjunto de las ruinas -arcos, lienzos de pared, cruces celtas-, del monasterio fundado por el propio San Brenán por el que parece no ha pasado el tiempo: la maleza, la salitre y el sonido del ganado estuvieron entonces, cuando era lugar de peregrinación, igual que lo estuvieron hoy.

La iglesia medio sepultada por la arena de Teaghlach Einne está en en el que aún hoy es el cementerio más importante de la isla, con más de mil quinientos años de historia tras -o bajo- de sí y donde está enterrado San Enda. Al cercano pozo sagrado de Ceathair Aluinn (“Las cuatro personas hermosas”), al que cantó el gaiteiro Carlos Núñez y en el que dice la leyenda, una mujer soñó con él y que con su agua su hijo ciego recobraría la vista. Y así fue.

 

Dunn Aengus, Inishmore. Tu Gran Viaje a las islas de Aran. © Tu Gran Viaje
Dunn Aengus, Inishmore. Foto © Tu Gran Viaje

 

Dunn Aengus, Inishmore

Con todo, es el imponente fuerte de Dún Aengus el centro espiritual de Inihsmore y, desde luego, uno de los corazones de Irlanda. Uno de los mayores yacimientos arqueológicos del Neolítico que se conservan en Europa, la fortaleza se yergue sobre un acantilado cortado a cuchillo de más de cien metros de alto: aterra imaginarse allí en pleno temporal y más aún en plena batalla, y sorprende el pensar cómo pudo construirse algo semejante hace más de cuatro mil años. El fuerte, formado por tres recintos concéntricos semicirculares de piedra caliza, apilada sin argamasa alguna, y de miles de piedras dispuestas verticalmente, probablemente para impedir ataques enemigos, se eleva en el extremo norte de la isla, y se asciende a él en una ascensión suave pero prolongada desde la que se tiene la perspectiva de todo Inishmore.

 

Aunque es el más importante, no es el único fuerte que hay en Inishmore: están Dubh Cathair (“La Fortaleza Negra”), fechado en la última Edad del Bronce y también situado sobre un acantilado. El fuerte circular de Dún Eochaill está en Mainistir, a unos unos cuatro kilómetros al oeste de Kilronan, y el de Dún Eoghanacht, también totalmente circular y con acceso desde Kilmurvey, se encuentra en la parte noroeste de la isla. El origen de estos y el resto de fuertes de las islas (hay siete) se pierden en la leyenda y en el tiempo: uno de las obras literarias más antiguas de Irlanda, el Leabhar Gabhala (“Libro de las invasiones de Irlanda”), dice que todos estos fuertes fueron construidos por los Fir Bolg, un pueblo proveniente de Grecia, de donde huían de la esclavitud, fracasaron en su intento de invadir Irlanda y fueron castigados por los regentes de entonces, los Tuatha de Dannan, a vivir en las islas de Aran.

Inishmann, la Isla del Medio

Menos de doscientas personas viven en la Isla del Medio, Inishmaan. Con diferencia la menos visitada de las tres, casi nadie le hace caso, y ese es un gran error: pequeña como un parque urbano, de apenas nueve kilómetros cuadrados, es precisamente por eso el lugar menos contaminado por la civilización. Lo fue también cuando Synge hizo caso a Yeats y puso rumbo a esta esquina irlandesa: fue en Inishmaan donde transcurrió la parte más provechosa de su estancia en las islas, donde sus paseos fueron más fructíferos. Hoy, la cabaña en que pasó los veranos de 1898 a 1902 -Teach Synge- está completamente restaurada y abierta al escaso público por una de las descendientes de la familia que dio alojamiento al escritor (abierta de junio a septiembre sin horario fijo. El resto del año, previa cita. Entrada: 3€).

 

El escritor halló en Inishmaan inspiración para sus obras en sus frecuentes paseos, que solían terminar en un promontorio desde el que se tiene una impresionante vista de la isla y que, desde entonces, recibe el muy apropiado nombre de Synge’s Chair (“La silla de Synge”). Dún Chonchúir (“El fuerte de Connor”) es un fuerte de piedra ovalado del siglo V situado en el punto más elevado de Inihsmaan y desde el que la vista resulta inolvidable, y el Dún Fearbhaí, del siglo IV dC, desde el que se domina el puerto de la isla y que es, a diferencia de los otros, rectangular. Para Synge, uno de los lugares más bellos y místicos de todas las islas eran las ruinas de un túmulo funerario neolítico conocido como Leaba Dhiarmuid agus Grainne (El lecho de Dermot y Grainne), que dice la tradición es donde descansan para siempre dos amantes desdichados. También hay muy buenas vistas desde Cill Cheannanach, la iglesia de San Gregorio, del siglo VIII; y en Teampall na Seacht Mac Rí (“La iglesia de los siete hijos”), de la que apenas quedan algunas piedras, está la tumba de San Cinndearg.

 

Inis Mean. Foto de Nutan. Tu Gran Viaje a las islas de Aran, Irlanda

 

Inisheer, la Isla del Este

Inisheer, la isla más pequeña de Arán (apenas seis kilómetros cuadrados y algo menos de trescientos habitantes) es también la más cercana a Irlanda: Doolin, en el condado de Clare, está a tan solo ocho kilómetros. El trayecto en barco es más tranquilo, por lo breve -apenas cuarenta minutos si el mar está calmo-, que el que lleva desde Rossmare a Kilronan y es por eso que son muchos quienes descubren Aran en Inisheer. Aquí se encuentran algunas de las más tempranas evidencias de civilización en las islas de Arán. Cnoc Raithní es un túmulo funerario que se cree data del año 2000 AC; Dún Formma (“el fuerte en lo alto de la colina”), del siglo IV AC, era el hogar del clan dueño de la isla, y fue sobre él que, muchos siglos más tarde, otros Señores de la isla, los O’Brien, erigieron su fuerte, del que hoy apenas se conservan las ruinas de una torre rodeada por un simple muro defensivo mucho más antiguo, circundado a su vez por numerosas terrazas amuralladas.

 

Se conservan tres capillas, arrinconadas también por el tiempo: Cill na n-Seacht Iníon. Cill Gobnait y Teampall Chaomháin, consagrada a San Caván y hoy sepultada en la arena y a la que los escasos bañistas no hacen caso alguno. Con un día es suficiente para conocer Inisheer, y cuatro o cinco horas para caminar sin prisa por la ruta senderista que la circunvala, señalizada con postes que representan a un paseante. Antes de dejar Inisheer hay que terminar la experiencia en las islas de Arán visitando Tobair Éinne, la fuente mágica de San Enda, y asomándose a él: si vemos a una anguila en su agua, no nos abandonará jamás la buena suerte, esa bendita buena suerte irlandesa que nunca, nunca, está de más llevar consigo.

Dunn Formma, Inisheer. Foto © Tu Gran Viaje. Tu Gran Viaje a las islas de Aran, Irlanda
Dunn Formma, Inisheer. Foto © Tu Gran Viaje

 

Cómo llegar a las islas de Aran

Tan cerca y, a la vez, tan lejos. Llegar a las islas de Arán puede resultar más complicado de lo que un vistazo a un mapa podría indicar. Lo mejor es el barco: en temporada alta -de marzo a noviembre-, las islas están conectadas con varias frecuencias diarias con Doolin y Rosslare (dos poblaciones de acceso fácil -pero lento- desde Galway o Limerick) por las compañías Aran Island Ferries , Doolin Ferries y O’Brien Lines, con Doolin y Rossaveal. Aer Aran vuela a las islas desde el aeropuerto de Connemara, en Inverin, a 25 kilómetros de Galway.