Si dices que vas a viajar a Irlanda, todo el mundo menciona los pubs como si hubieran vivido allí las mejores juergas de su vida. Y cuando digo todo el mundo quiero decir también todos los que no han pisado ni el stand de Irlanda en Fitur.




Tengo un carácter un poco peculiar que suele generar cierto rechazo por lo que me venden como cierto y seguro, las opiniones masivas me dan un poco de repelús, las preferencias de la masa, y perdonen el esnobismo, me suelen resultar erradas y antipáticas, probablemente porque el antipático sea yo, no lo niego.

Sin embargo, cuando viajo procuro esforzarme en no dejar nada de lo imprescindible fuera de mi ruta –hasta fui a ver el Manneken Pis de Bruselas, que es el mayor fraude viajero de Europa-, así que en mi primera visita a Irlanda me adentré en los turbios dominios de la noche dublinesa para conocer los tan cacareados pubs. Puritito celo profesional, se lo prometo.

Cuál no sería mi sorpresa: aquello era muy divertido, el ambiente era estupendo, los locales -incluso los que al fin y al cabo eran apeaderos de turistas semialcoholizados en Temple Bar-, tenían una curiosa autenticidad, servían pintas de Guinness muy bien tiradas y respiraban un aire de fiesta que en pocos lugares he encontrado.

Pubs de Irlanda. Foto © Carmelo Jordá

La noche de los pubs dublineses tiene siempre música en directo, en ocasiones sólo un guitarrista efectivo y una cantante cutre que enlazan clásicos en un larguísimo medley, a veces son jóvenes tocando folk maravillosamente bien o también puedes entrar en un local y encontrarte un grupo de country. Te puede gustar más o menos el estilo, en suma, pero hay donde elegir y todos tienen al menos una cualidad: saben divertir al público.

Más tranquilos

También están los pubs más tranquilos, de barrio fuera del centro o de pueblo, sin otro turista que uno mismo, que ha entrado allí bien por casualidad bien de la mano de un indígena. Conocí uno, por ejemplo, en Milton Malbay, al otro extremo de Irlanda, al que me llevaron porque “tiran las mejores pintas del condado”. Era un local antiguo, sin demasiada decoración y no muy grande, con un camarero que tenía pinta de ser el hijo del anterior dueño y no hay que descartar que fuese el padre del próximo. De esos que saben dar conversación, y cuando darla, que siempre se dedican a algo más muy interesante –éste era miembro de la patrulla de voluntarios de rescate en el mar- y, sobre todo, que saben en qué momento exacto tienen que empezar a tirar otra excelente pinta de Guinness para que llegue a la mesa justo cuanto has terminado la tuya.

Pubs de Irlanda. Foto © Carmelo Jordá

Sin embargo, la experiencia más auténtica que he tenido en un pub irlandés fue, probablemente, lo que me pasó en Howth, un precioso pueblo pesquero cercano a Dublín en el que paré a dar una vuelta y hacer unas pocas fotos. Ya a punto de irme fui asaltado por una feroz e inaplazable gana de ir al baño y entré en un viejo pub cerca del puerto para poder solucionar el problema y, ya de paso, tomarme algo.

Serían las once de la mañana y al atravesar la puerta me encontré con tres tipos no demasiado jóvenes y ciertamente no muy agraciados que estaban tomándose sendas pintas de Guinness –les recuerdo que eran las 11 de la mañana- sentados cada uno en una punta de la barra, sin hablarse y viendo la tele en la que echaban un torneo de golf. ¡Qué gente tan admirable! ¡Esto sí que es la verdadera Irlanda!

Por otro lado, les confieso que no sé si es porque saben tirar las pintas en todos lados, o si es por lo adecuado del entorno, por la famosa agua irlandesa o una especie de efecto placebo, pero realmente la Guinness sabe mejor en Irlanda que en ningún otro lugar. Y eso, no nos engañemos, es también parte esencial del encanto de esos pubs que sí, lo admito, son especiales de verdad.