Se acerca el 4º aniversario de la inauguración de uno de los hoteles más históricos de China, el Swatch Art Peace Hotel de Shanghai, y de su particularísmo proyecto de becas para artistas de todo el mundo. Mientras parte de las obras creadas en todo este tiempo se exponen en la muestra “Swatch Faces”, en la Biennale de Venecia, recordamos cómo fue “Faces & Traces”, la espectacular exposición que el pasado otoño que recogió en Shanghai lo más destacado de tres años de mecenazgo artístico de la compañía relojera suiza Swatch.

Da igual lo viajado o no que esté uno, que haya estado con anterioridad en la ciudad o no, que sea habitante de este mundo o de otro: resulta simple y llanamente imposible no sentir un cosquilleo en la nunca al encontrarse en el epicentro de Shanghai, en la bulliciosa y rotunda cuña que traza el transitado y contaminado río Huangpu entre el comienzo de la avenida más famosa del Lejano Oriente, el legendario Bund –donde durante tantos años mandaron los poderes coloniales occidentales, repleto de suntuosos edificios art-noveau que nos hablan de los años de entreguerras-, y Pudong, el distrito de negocios de la ciudad cuya interminable colección de rascacielos inauditos grita, por si acaso alguien no se quisiera dar por enterado aún contemplando con la boca abierta los más de 600 metros de alto que se eleva la Shanghai Tower, que Napoleón llevaba razón y que sí, que China está despierta y ya se ha tomado un par de cafés para comenzar la jornada.

Rascacielos y skyline de Shangai. Foto © Tu Gran Viaje
Skyline del distrito de Pudong, en Shanghai. Foto © Clemente Corona / Tu Gran Viaje

La esquina más eléctrica de China

Porque basta con pararse apenas unos minutos en la esquina de oro de Shanghai, donde se encuentran el Bund y Nanjing Road -la gran artería comercial de la ciudad, que es casi como decir del mundo-, y apoyarse en la pared del legendario Swatch Art Peace Hotel para quedarse tan boquiabiertos como se quedaban Somerset Maughan, Charles Chaplin, Graham Greene o Vicente Blasco Ibáñez ante el espectáculo que regala al viajero un Shanghai en todo su esplendor: las aceras atascadas de transeúntes cargados de bolsas y prisas que no levantan la mirada de sus teléfonos de alta gama; la excelente salud financiera en forma del mismo número de automóviles premium alemanes que uno se encuentra en Múnich, Los Ángeles o cualquier otro centro global de poder; y en la sucesión casi infinita de autobuses que paran en la esquina para descargar docenas de pasajeros llegados de fuera de la ciudad, gloriosa clase media de provincias que viene a consumir lo que haga falta en la sucesión de centros comerciales y tiendas que jalonan Nanjing Road y en los lujosos centros comerciales que llenan el kilómetro y medio de Bund, mientras los cruceros italianos y los barcos repletos de contenedores navegan, con un punto indolente, por las aguas negras del Huangpu, apenas iluminados por las recién encendidas luces de la Oriental Pearl Tower, veladas a su vez por una cortina de humedad que dota a la panorámica de reflejos imposibles, oníricos, de profecía cumplida de Ridley Scott, Andrew MacLuhan y, desde luego, Mao Tse-Tung: filtros futuristas e inéditos que ninguna aplicación fotográfica será jamás capaz de replicar.

Nanjing Road. Foto © Clemente Corona / Tu Gran Viaje
El bullicio de Nanijn Road una noche cualquiera de otoño. Foto © Clemente Corona / Tu Gran Viaje

Arte con mayúsculas en el Swatch Art Peace Hotel

Pero había algo novedoso en ese poderoso otoño chino de 2014 que se mostraba para pasmo del visitante en el Bund. Como siempre, miles de turistas se tomaban fotos con la estatua de Mao y los rascacielos de Pudong como fondo pero con una novedad inaudita dentro de cuadro: un festival de arte callejero en el que treinta jóvenes vestidos con monos blancos arrojaban a lienzos de todos los tamaños trozos de la electricidad que le robaban a la más que sugerente e inspiradora -para todos- Shanghai. Ellos eran arte y parte de uno de los mayores eventos sociales del año en la ciudad: la inauguración de la exposición Faces & Traces, auspiciada por la relojera suiza Swatch, y que expuso hasta entrado 2015 las obras más destacadas de los 139 artistas procedentes de 34 países que, en los últimos tres años, habían disfrutado de una beca artística de lo más original: una residencia en el Swatch Arts & Peace Hotel, el hotel de lujo que la compañía posee asomado al Bund y que ha sido, además, parte importante de la historia de la ciudad: una placa en la fachada recuerda que allí se celebró en 1909 la Comisión Internacional del Opio, y además fue donde Chiang Kai-shek, el presidente de la República China y “padre” de Taiwán, celebró su boda.

Faces & Traces en Tu Gran Viaje. The Swatch Art Peace Hotel street Art festival in Shanghai

Faces & Traces, una exposición única -de verdad

Para celebrar los tres años que habían transcurrido desde la inauguración del hotel y el arranque del programa de residencias, la relojera recopiló para la muestra pinturas, esculturas, dibujos, fotografías y vídeos, piezas musicales, textos manuscritos e incluso performances de canciones, bailes y teatros: cada artista, durante su estancia en el hotel, tiene plena libertad para trabajar en su arte y para utilizar todos los estudios e instalaciones que existen en él. Una vez que su estancia termina, Swatch les anima a dejar parte de su trabajo en el hotel, ya sea una pieza de inspiración o una de sus obras, y eso es lo que forma ahora esta exposición. “Muchos de estos artistas no tienen un único modo de expresarse, son multi-disciplinares, y eso para mí, y seguro que para muchos visitantes de la muestra, es algo realmente nuevo, porque yo estaba muy convencido de que un artista de verdad trabaja en una única disciplina, y aquí encuentras a gente que al mismo tiempo son, por ejemplo, pintores, músicos y artistas del grafitti”, sonreía mientras nos lo explicaba Carlo Giordanetti, el apasionado Director Creativo de Swatch, feliz por ser parte importante del proyecto.

 

The Swatch Art Peace Hotel de Shanghai

 

Una experiencia efeverscente

En los últimos tres años, los artistas han ocupado las 18 habitaciones-taller en lo que ha sido para ellos un regalo vital que no olvidarán. “Es una experiencia efervescente”, nos confesó la única artista hispano-hablante cuya obra formó parte de Faces & Traces, Sofía Ortíz-Simón, una joven mexicana que pasó unas semanas inspirándose en la flora y la fauna de la ciudad para pintar acuarelas oníricas con animales y plantas sacadas de su contexto y alimentar sus “criaturas de papel”, recortes cuadrados con los que crear instalaciones. “Quiero aprovechar mi estancia aquí para hacer obra que no había hecho antes porque esta maravillosa experiencia no es como la vida real, es un tiempo-espacio que existe por fuera de todo para ser vivido y experimentar con obra que no harías normalmente”, nos decía.

 

Una planta más abajo, el artista chino Yuan Jinhua cambiaba de la pantalla de su Mac a los pinceles tradicionales chinos para intentar explicar la influencia industrializadora de Occidente en China. Su agente impidió que se pierda en la traducción: “No toda la gente puede apreciar, ni en China ni en el resto del mundo, lo que hago, lo que supone esta mezcla de modos de vida. Por eso, esta residencia me ayuda mucho a innovar. El hotel y el espacio para trabajar es muy inspirador. Y esto es una plataforma excelente para un artista chino como yo poder llegar a un público tan internacional como el de Shanghai”.

 

Swatch Art Peace Hotel Street Art Festival
Panorámica del Swatch Art Peace Hotel Street Art Festival, con Pudong al fondo

El tópico real de la fusión de tradición y modernidad en Shanghai

Y es que resulta evidente el carácter cosmopolita de Shanghai -que no multi-étnico-, una característica que va impresa en el ADN de la ciudad casi desde su fundación y tiene su mayor demostración de ello en el trozo de Occidente que es el Bund. Las escenas típicas que uno esperaría de una ciudad china no se prodigaban en aquel casi infinito centro de una ciudad de más de veinte millones de habitantes: pero salían al paso del viajero, claro que sí, en el callejón de algún shikumen -las manzanas de viviendas tradicionales del siglo pasado-, cuando se mostraba de repente alguna tienda ínfima con el suelo manchado de sangre y barreños de tortugas y ranas toro a la venta, o cuando un porteador acarreaba de mala manera en una carretilla bambús de diez metros de largo mientras los Lexus y los BMW le pitaban sin cesar.

Pero lo que llamaba la atención no eran esos retazos de la China que imaginamos en los libros, sino las colas para entrar en las mega-tiendas de Apple y Samsung en Nanjing Road y, desde luego, lo que subyacía detrás de que todo aquel local con quien uno se cruzara tecleara sin cesar el último modelo de smartphone, y a un occidental cualquiera le resultara tarea casi imposible enviar un correo electrónico, consultar su periódico de cabecera o presumir de selfies con la Pearl Tower de fondo si lo quería hacer usando Facebook, Instagram, Twitter o los omnipresentes servicios de Google, por poner unos ejemplos. En efecto: la célebre censura china sobre Internet existe.

 

Shanghai. Foto © Tu Gran Viaje

 

Por eso, la pregunta es obligatoria: ¿Han podido crear los artistas del Swatch Arts Peace Hotel lo que han querido? “Rotundamente sí”, afirma Giordanetti. “Un punto fundamental del proyecto es que crean en total libertad, sin cortapisas: no trabajan para nosotros, son artistas. Pero el hecho es que estamos en China, y tenemos que asegurarnos de que no se meten en problemas, tenemos que protegerles. Ellos aprenden rápidamente que los temas políticos no son bienvenidos, que hay límites con los que jugar con la cultura china… ¡Aplican puro sentido común!”. Pero hay también resquicios, señales de faro que pueden marcar un cierto camino. “Todo contribuye -continúa Giordanetti. La última vez que estuve aquí, un hombre mayor, vestido a la antigua usanza, mojaba un pincel en un recipiente con agua y escribía con una caligrafía preciosa en el suelo, delante de la puerta de la tienda del hotel. La gente comenzó a pararse y rodearle y entonces aparecieron dos policías. Pregunté, y resultó que el anciano estaba escribiendo contra el gobierno: pero como lo hacía con agua, cuando la policía llegó, no había nada escrito. Ese anciano no era un artista, pero sí alguien con un mensaje que trasmitir, y para mí el paralelismo está muy claro: los artistas deben expresarse por sí mismos, porque cualquier mensaje, sea el que sea, es interesante y puede dar que pensar a quien lo contempla. Y es que, aunque suene tal vez un poco banal e incluso ingenuo, nada es imposible. Si realmente quieres que suceda, sucede”.