La increíble historia de Master Lee / Manipur


Ringo. Foto © Rafa Gassó
Ringo. Foto © Rafa Gassó

Algunos de los motivos por los que vinimos a Goa ya los hemos contado. Ahora toca… una historia tan real, violenta, épica y turbia, como las vidriosas jornadas que este periodista pasó recopilando, sobre terreno, lo que por derecho debería titularse «La increíble historia del Maestro Lee y su aventajado alumno Ringo ‘Star’», una suerte de andanzas de un Sr. Miyagi, versión hindú, y su discípulo, un jovencísimo ex funcionario curtido en el centro administrativo de Delhi y reconvertido en ‘Karate Kid’ tras un periplo de huidas personales y peleas ilegales por los peores suburbios del sudeste asiático. La trama, dinero fácil para la construcción de un templo-orfanato que llevará el título de ‘Lee’ (literalmente, ‘el que es huérfano’).

Master Lee. Foto © Rafa Gassó
Master Lee. Foto © Rafa Gassó

Comienza en el Estado de Manipur, India, un “punto caliente” en la frontera oriental de Bangladesh que limita al Este con Myanmar, y cuya etnia mayoritaria es la de los Meiteis. Su historia no es fácil. Manipur fue tomada por la antigua Birmania durante las disputas de ésta con su vecina Tailandia; más tarde fue liberada -y a continuación ocupada-, por los ingleses y, más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial, fue campo de batalla habitual entre Aliados y japoneses. En esencia, y por tradición, Manipur huele a pólvora. En 1947, cuando India se independizaba del Imperio Británico, su Maharaja aprovechó para redactar una Constitución y convertirlo en un reino independiente que, de un plumazo, India absorbió dos años después antes de integrarlo definitivamente al país en 1956, y sólo reconociéndolo como Estado en 1972. Con semejante historial, no es de extrañar que Manipur alumbrase infinidad de grupos armados separatistas (32, según la Wikipedia) que hoy, todavía activos –solamente el ‘People Liberation Army’ cuenta en la actualidad con unos dos mil soldados-, reclaman su independencia desde las montañas a golpe de gatillo. El índice de desempleo de la región, uno de los más altos del subcontinente, y las duras condiciones de vida, provoca que los jóvenes apenas tengan dos salidas: O las guerrillas o las peleas callejeras. En Manipur sólo hay sitio para los más fuertes.

Deserción, disturbios… y una de caballo

En esa olla a presión, y en diferentes generaciones, crecieron Jugol Singh, «Master Lee» (56) y Ringo Paonam (31). El primero, huérfano y niño de la calle, dio con la “tercera salida” de Manipur: los templos. Allí se acoge a los huérfanos y allí, en medio de la selva, apartados de la violencia, se les enseña el genuino arte de la lucha. Para el joven Singh corre el año 78, conceptos como el de ‘Buda’ dan paso a la casta de los Okinawa, de los saolí, el taekwondo, Japón, China, Corea, las otras artes marciales casi secretas nacidas tras siglos de confluencias, de secretos clave, siempre letales, que son narrados a unos pocos elegidos en el templo de Zen Okinawa Shonji-Ryu Karate-Do, Manipur, como un susurro de pequeñas píldoras que son tragadas, durante años, incluso décadas, de incesante, continuado y castrense entrenamiento diario: ejercicios que comienzan a las 03.30h de la madrugada, mucho antes de que salga el sol; tenues movimientos que son repetidos una y otra vez por cada minúsculo músculo de su cuerpo, por cada extremidad de su morfología, como sutiles, armoniosas y casi imperceptibles danzas guerreras que concluyen en un inabarcable abanico de golpes mortales; ‘katas’ que son coreadas como un mantra, ‘dar cera, pulir cera’, durante cada minuto de una vida, de toda una existencia, dedicada sin descanso al arte de repartir “hostias”.

En el otro espacio físico y temporal de ese mismo escenario común aparece Ringo, el segundo de una familia de cuatro hermanos, criado también bajo los férreos códigos de la ley de la calle, códigos de hierro barnizados de una violencia extrema, de golpes, de riñas entre chiquillos que se han hecho adolescentes entre disparos de subfusiles camuflados en la neblina de la poderosa ganja de la región. Pero Ringo tiene suerte, estudia, acude a la Universidad, en Gujarat, y acaba trabajando en Delhi para el Gobierno. Sin embargo, bajo esa neutra apariencia de joven funcionario enfundado en un traje de chaqueta, cuyo sueldo le permite conducir su propio coche por las calles de la capital, late la pulsión de quien creció demasiado salvaje como para renunciar al ansia de libertad en la que se ha macerado su alma. Así que lo vende todo, se queda con unas cuantas miles de rupias, y viaja; duerme en la calle, come lo que puede, y acaba en Bombay. Y buscando, o perdido, decide volver a su pueblo. Y se encuentra con Singh, a caballo, en la selva, como una aparición. Singh ahora es «Master Lee», el segundo por detrás de su Maestro; domina cuatro artes marciales, tiene cinco Danes. Y una edad que ya no le permite el combate. Fuma marihuana para dormirse y olvidarse de ejecutar algún día esa ‘kata’ perfecta que lo obsesiona y lo mantiene noche tras noche en desvelo. Toda su vida es una danza de movimientos ligeros y letales que no tiene fin. Ahora le gustaría parar, enseñar, construir su propio templo, acoger y transmitir lo que sabe a esos niños de la calle que, como él hace ahora más de treinta años, no tienen casa ni tampoco futuro; conoce el comportamiento de hasta el último músculo de un cuerpo humano, de hasta su hueso más ínfimo. Pero no tiene dinero. Lo que tiene ante él, por el contrario, sin esperárselo -se lo acaba de encontrar mientras paseaba-, es a un joven abogado que se ha agobiado de su vida de funcionario, que está dotado para la lucha y que ha vuelto a casa en busca de una señal que cambie su estrella. La aventura, pues, está servida.

Ringo. Foto © Rafa Gassó
Ringo. Foto © Rafa Gassó

Después de tres meses de duro entrenamiento en las montañas, la conexión entre Master Lee y Ringo ‘Star’ es ya una sólida alianza filosófica y empresarial a prueba de golpes. Lo siguiente son tres años recorriendo juntos, en moto, los peores tugurios de Myanmar, Tailandia, Laos, Camboya, Malasia. Peleas ilegales sobre tatamis de «vale tudo», que, «con sobornos a la policía incluidos», gesticula Ringo con una mano y media sonrisa acolmillada -en la otra mantiene un humeante “tres papeles”, sus ojos están inyectados en sangre-, dejan unas ganancias «de unos 1. 500 euros el KO». Uno entrena, el otro lucha. Hacen dinero. Tiempos «crazy». Tiempos muy «crazy» para «la mente». «Muchos golpes en la cabeza». No siempre se gana. El inglés de Ringo es suficiente, pero difícil. Master Lee sólo habla meitei. Ringo traduce. A su marcado carácter hiperactivo de puro nervio hay que sumarle unas ingentes cantidades de marihuana consumida de manera casi compulsiva por él y su ‘Maestro’ entre un goteo constante de extranjeros con dolencias óseas y musculares varias que les visita casi en peregrinación, como si de un Santo Sanador y su discípulo se tratara. Y en parte así es.

Estamos en Goa y éste es el segundo año consecutivo en el que el particular «Club de la Lucha» ha cambiado el kimono por la bata de Fisioterapia para hacer la temporada [turística] entre monzones. La fama les precede. Uno enseña la técnica de recolocar suavemente un cuerpo en su sitio, lleva años haciéndolo, también lo hacía con Ringo cuando eran sus contrincantes quienes le «rompían» los músculos y los huesos. Su alumno atiende en silencio, respetuoso, con los ojos bien abiertos, pendiente de cada movimiento de su Maestro. Por su “consulta”, una casa de “selva” en las afueras de Patnem Beach, al sur de Goa, desfila desde una italiana cuya parálisis de medio cuerpo está recuperando en un tiempo record tras años de infructuosas visitas a Especialistas de toda Europa, obra y gracia de las «milagrosas manos de Master Lee», en palabras textuales; a tres alemanes, uno de ellos con serios problemas de espalda, que siguen acudiendo después de su recuperación extasiados por el poder casi mágico que exhala la cercanía de tan singular combo. Los “pacientes”, llegados de los más variados puntos del globo, por referencias, engrosan, sin que lo prevean y, acto seguido a las presentaciones protocolarias, la lista de amigos que a partir de ese momento, estén averiados o no, les visitarán cada día. Ellos ejercerán entonces de anfitriones generosos y hospitalarios. No habrá dobleces en cada invitación a cocinar y comer o cenar «todos juntos» que Ringo repetirá, como otro mantra sin fin, a todo aquel que se acerque simplemente a saludar desde el porche sin apenas entrar en la casa. Cocinan lo mismo que fuman, en abundancia, productos de Manipur, «de calidad», traídos expresamente, que comparten con propios y extraños. «La comida es mala en los restaurantes», apostillará Ringo. Seguro. Si te lo encuentras. Porque en el fondo, Master Lee y Ringo ‘Star’ son un poco como el Equipo A, una leyenda -«si algún día tiene problemas y los localiza, contrátelos»-, sólo que están vivos. En algún lugar remoto de India. Así que créete esta historia o no te la creas, pero es tan real, épica y turbia como las vidriosas jornadas que este periodista pasó tomando notas, entre los humos ardientes de Manipur, junto a Master Lee y su aventajado alumno Ringo ‘Star’. Y si no, a internet. Fin.