Los Galgos Grises> Capítulo 4: La tripa de Maradona

 

El trazado urbano de las ciudades estadounidenses está pensado como parece: con un mapa gigante, escuadra y cartabón. Aquí no ha habido guerras, conquistas, coronaciones, asedios, razzias, dinastías competidoras en dejar legados arquitectónicos en la ciudad, grandes acuartelamientos; resumiendo, no ha habido Edad Media, Renacimiento, Barroco e Ilustración que hayan ido dejando huellas o cicatrices, plazas del mercado o posesiones de la Iglesia expropiadas. En este país, apenas hay Historia. Conclusión políticamente incorrecta, pero compartida por todo el mundo fuera de estas fronteras. Hubo ricas e importantes civilizaciones nativas, sobre todo en el Sudoeste (lugar de importantes expediciones españolas; ésa es otra historia): pero que le vayan a los iraquíes o los sirios con historias de civilizaciones antiguas realmente grandes. Vamos, que la historia de este país empieza con el Mayflower, hace apenas trescientos años. Por eso, salvo excepciones de algunos barrios de algunas ciudades, lo que importa es que las calles sean amplias y tengan espacio para aparcar. Ahora bien, encontrar en este país un centro urbano con vida -lo que yo entiendo por vida, al menos- es tan difícil que no sería de extrañar que, en pocos años, hubiera parques temáticos que recreen la vida en las ciudades. Ya los hay sobre épocas no mucho más antiguas a esta, atracciones que se aprovechan de lugares señalados para rememorar la vida de los pioneros, así que la semilla está plantada.

Por eso me sorprendo tan gratamente al descubrir que el trazado urbano de Boston es distinto a lo habitual. Hay, desde luego, lujosos suburbios de calles impolutas y viviendas unifamiliares en cuyos jardines las autoridades prohíben que crezcan las malas hierbas; pero en el centro de Boston hay calles estrechas con pendiente y curvas, en anteposición a la cuadrícula que impera en el resto del país, aún en el mismo centro. Boston es distinto por eso, distinta también a los ojos estadounidenses, nada acostumbrados a no encontrar sitio para aparcar un día sí y otro también, y mucho menos calles en las que las mastodónticas camionetas no podrían girar. El centro de la ciudad tiene un regusto a ciudad vieja –para los parámetros estadounidenses- por el que transitan, como peregrinos, miles de visitantes. Siguen, respetuosos, el itinerario de la ruta de la libertad, el Freedom Trail que les lleva de la mano por los escenarios históricos en los que se nació este país. El corazón del Freedom Trail no presenta muchos establecimientos de franquicias de comida rápida, pero tampoco mucho comercio tradicional. En cualquier caso, el remedo de los años pasados está conseguido. En Beacon Hill, el barrio más señorial de la ciudad, las calles están adoquinadas, iluminadas de noche por farolas de gas, e inundadas de restricciones de aparcamiento. Las viviendas que se apoyan unas sobre otras superando el desnivel de las calles, son de ladrillo, tres plantas y tejados de pizarra: victorianas, eduardianas, georgianas, federales… Todas ellas cuestan un buen puñado de dólares, y el vecindario -que se decanta por la industria europea al elegir un coche- está encantado con que Ally McBeal, el personaje –no la actriz- de una serie de la Fox que triunfa, viva aquí: dice el Globe que las propiedades se han revalorizado casi un 10%. Típico americano.

Para el viajero europeo algo avezado, por no hablar de cualquier angloparlante, Boston tiene una patina de civilización muy de agradecer. Es América, sí, pero se presenta de una manera amable, de campus tomado por turistas. Y aquí no hay turistas: por eso me encuentro tan a gusto en el bar. Soy uno más. De noche siempre está el madero. Como el sidekick de Spencer, 1’90, unos cien kilos, treinta y pocos años. La estampa típica de poli americano, y la estampa típica de quién quisieras tener a tu lado en según qué momentos. Lleva revólver y no pistola, eso me llama la atención. Tengo la sensación de que se me queda mirando. Sale, y le pregunto a Lee quién cóño es ese poli.

– El propietario.

Vaya. Pasan por la tele de la izquierda un resumen del Mundial; en la de la derecha, la película ésa en la que Michael Douglas hace de presidente. Dentro de un mes nadie querrá ser presidente en lugar del presidente.

– Oye, no te he enseñado la entrada del partido.

Lee saca del cajetín de la caja un boleto: Revolution vs. Kansas City. Sonrío.

– No te rías, cabrón. Que hayáis ganado la liga europea no te da derecho a reírte de mis Revolution.

Claro, es que yo no sabía que Walter Zenga – “portero de Italia en el 94, jugaron en Boston”- estuvo la temporada pasada en el equipo de aquí. Porterazo, según Lee. A ganarse la jubilación, digo yo. Es más, incluso yo podría jugar en cualquiera de sus equipos.

– ¿Tú? Estás bromeando. ¿Con esa tripa? Bebes demasiada cerveza.

– Más tripa tenía Maradona-contesto, y me gano una cerveza gratis.

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