Tu Gran Viaje por el Valle del Loira (III): Del Château Chaumont-Sur-Loire al de Chenonceau


Chateau de Chaumont. Tu Gran Viaje por el Valle del Loira
Foto CC 3.0 Bachelot Pierre J-P

Ángel Ingelmo prosigue su gran viaje por el Valle del Loira. Una tercera etapa en la que la historia y la monumentalidad tienen de nuevo un papel destacado.

Un reportaje de Ángel Ingelmo.

Nos encaminamos de nuevo a las orillas del Loira y, tras 16 km, acabamos en el Château Chaumont-Sur-Loire. El castillo, que ofrece una bonita vista desde el río, y al igual que otros muchos, tiene su origen en una fortaleza del siglo X construida por Eudes I, conde de Blois, con el fin de proteger Blois de un posible ataque del conde de Anjou. Arrasada en 1455 por orden de Luis XI en represalia al apoyo prestado por Pierre d’Amboise a una revuelta contra el poder real conocida como la “Liga del bien público”, sería reconstruida a partir de 1465, ya con su estilo renacentista.

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A finales del XVI pertenecía a Catalina de Medici, quien “invitó” a instalarse en el castillo a la que había sido amante de su marido, la bella Diana de Poitiers, y de paso obligarle a abandonar y cederle Chenonceau. Tras la muerte de la nieta de Diana de Poitiers, que había acabado heredando el castillo, el tiempo y el olvido se encargarían de dejar su huella, hasta que a mediados del XIX fue recuperado por la pareja formada por el príncipe y la princesa de Broglie, que se encargaron de acondicionar los jardines, construir las cuadras más fastuosas de su época y dar grandes fiestas hasta que en 1938 se les acabó el dinero y tuvieron que vender su château al estado. Conocida la historia, tan interesantes, o tal vez más que el castillo, son sus jardines en los que desde 1992 se celebra en verano el Festival Internacional de Jardines, con la participación de una treintena de paisajistas que diseñan y crean nuevos espacios.

Una parada en Montrichard

La duda sobre el camino a seguir hasta Amboise queda pronto resuelta: Pasaremos por Montrichard, a fin de cuentas no son más que 18 kilómetros, y esta pequeña población en las orillas del Cher aún conserva un cierto aire medieval. Cruzado el puente, sus calles nos van a seducir con sus típicas casas con fachadas de madera (Casa del Ave María, Hôtel d’Effiat), lo mismo que su Donjon, torre del homenaje del siglo XII, y la iglesia de Sante Croix, que fue capilla del castillo y que tiene un bonito pórtico.

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Pero la curiosidad nos va a llevar a las afueras del pueblo, donde hay unas cuevas explotadas desde la época romana como canteras y que hoy se destinan la cría de champiñones y bodegas, y más concretamente a unas llamadas Ville souterraine. Y realmente nos logran sorprender ya que su interior ha sido tallado imitando todo un pueblo, con su iglesia, su ayuntamiento y sus habitantes, a veces contemplando a los forasteros desde sus ventanas.

 

Montrichard. Foto CC 2.0 Daniel Jolivet. Tu Gran Viaje por el Valle del Loira
Panorámica de Montrichard. Foto CC 2.0
Daniel Jolivet

El bellísimo Châteaux de Chenonceau

Sorprendidos aún por este espectáculo que no sabemos con qué términos definir hacemos los poco más de 10 km que nos faltan para llegar a uno de los castillos más importantes, bonitos y espectaculares de todo el valle, Chenonceau, y cuya historia está vinculada a seis mujeres: Catherine Briçonnet o Bohier que se encargó de dirigir las primeras obras en ausencia de su marido; Diane de Poitiers, amante de Enrique II y que realizó numerosas mejoras; Catalina de Médici, que a la muerte de su marido Enrique II expulsó a la que fuera su amante y construyó el puente sobre el Cher; Louise Lorraine, que al quedar viuda de Enrique III se retiró en este castillo decorando sus aposentos de manera que no le hicieran olvidar su dolor; Louise Dupin, quien hará del castillo un salón de artistas por el que pasan Rousseau, Voltaire, Marivaux o Montesquieu, y finalmente madame Pelouze (Marguerite Wilson de soltera) que realiza una gran restauración a principios del XX. Ya durante la II Guerra Mundial sólo el destino quiso que no fuera volado por los alemanes, que habían colocado sus cañones en dirección al castillo en caso de que fuera necesaria su voladura. La razón de su interés se debía a que el castillo quedaba dentro de la parte ocupada mientras que al otro lado del río quedaba la zona libre, bastaba con cruzar su puente para ir de una zona a otra.

 

Châteaux de Chenonceau. Yvan Lastes - CC BY-SA 3.0.. Tu Gran Viaje por el Valle del Loira
Châteaux de Chenonceau. Yvan Lastes – CC BY-SA 3.0.

Nosotros no tenemos ninguna prisa por escapar y tampoco en recorrer sus dependencias, todas sus salas tiene algo que reclame nuestra atención: la capilla donde cayó una bomba durante la guerra y que afortunadamente solo destruyó unas vidrieras, la Cámara de Diana de Poitiers, con un retrato de Catalina de Medici, ¡Qué ironía!; el Gabinete Verde de Catalina de Medicis, una salita con vistas al río; la sobria Galería sobre el río Cher, un proyecto encargado por Diana de Poitiers pero que no lograría disfrutar, antes de que estuviera terminada la obra fue expulsada por Catalina de Medici; la Sala de Francisco I, con un cuadro de “Diana de Poitiers cazadora” y otro de Van Dick, “Gabrielle d’Estrées de Diana Cazadora”; el Salón Luis XV con un retrato de “Felipe V de España” firmado por Ranc. Subimos una planta y vemos el Vestíbulo de Catherine Briçonnet, que no es más que el largo pasillo al final de la escalera; la Cámara de las Cinco Reinas (Reina Margot, Isabel de Francia, María Estuardo, Isabel de Austria y Luisa de Lorena), todas ellas emparentadas con la Medici, dos hijas y tres nueras; la Cámara de Catalina de Medicis con un cuadro de Correggio, “Educación del amor”; la Habitación Gabrielle d’Estrées, la amante Enrique IV y donde hay unos tapices y un cuadro de Ribalta, “Niño del cordero”. Una planta más y allí está la fúnebre habitación de Luisa de Lorena. Su decoración es tétrica sin más, ya que no quería nada que la aliviara del dolor de haber perdido a su marido, Enrique III. Pasamos por las cocinas y acabamos en los jardines. Es tanta la belleza que no queremos marcharnos y nos detenemos un poco más recorriendo sus senderos, paseando en barca.

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