Tener como destino de viaje a Croacia significa poner rumbo a un escenario donde se fusionan lo eslavo y lo mediterráneo como en ningún otro lugar.




Croacia es un ejemplo paradigmático de Europa. Como a todos los países de nuestro continente, la Historia y la cultura hinchan las costuras de su camisa -que se adorna precisamente con un accesorio nacido en Croacia, la corbata. Hace apenas veinte años, Croacia era un país recién nacido tras una guerra incruenta donde casi todo estaba por hacer; hoy, es una democracia sólida y avanzada que recibe cada año más de nueve millones de turistas que acuden a muchos reclamos -una inmensa herencia histórica y cultural, una colección casi infinita de islas, una gastronomía que mezcla, como todo el país, lo eslavo y lo mediterráneo- con, porqué no decirlo, un litoral de miles de kilómetros donde quienes mandan son las playas de aguas tan transparentes como un cristal y no -apenas y todavía, y esperemos que por siempre- moles de cemento y hormigón.

Leones en Istria: Rovinj, Rovigno

Nuestro viaje a Croacia comienza por su región más occidental, la península de Istria, una perla encajada entre Italia y Eslovenia que se asoma al Adriático en cuyos pintorescos puertos los pescadores hablan en italiano, las colinas de olivos son pespunteadas por pueblos de campanarios venecianos, hay un trozo de Roma o de Venecia en casi cualquier lugar y, por supuesto, sus playas son un agua tan cristalina que se ha convertido en motivo de orgullo nacional.

 

El león de San Marcos -el símbolo de la Serenísima República de Venecia- vigila en los chaflanes y las fachadas del racimo de calles que da forma a Rovinj -o Rovigno, que el italiano es lengua oficial en Istria-, un pueblo asentado en una península artificial que es una Venecia enfrascada en una islita conectada a la costa por un canal desecado hace más de dos siglos y que es, merecidamente, uno de los lugares más populares y decididamente bellos del país. Subir al caer la tarde al campanario de la iglesia de Santa Eugenia, el punto más elevado de la ciudad, y contemplar cómo se rompen en mil tonos los colores de las calles apelotonadas unas contra las otras, es un fogonazo de placer viajero que reconcilia a quien lo siente con todo.

 

Rovinj, Croacia. Foto © Tu Gran Viaje
Un atardecer cualquiera en Rovinj. © Tu Gran Viaje

Pula, orgullo del Imperio Romano

La estatua de James Joyce vigila a quienes hoy pasan por debajo del Arco del Triunfo de los Sergios, la principal puerta de entrada en Pula, la ciudad más importante de Istria y una población calma de apenas cincuenta mil habitantes que es la capital de la región desde tiempos de los romanos. Entonces, ya era uno de los principales puertos del Imperio -como lo fue del imperio austro-húngaro-, y hoy sigue conservando en casi cada esquina con orgullo su herencia romana. Su Anfiteatro, una elipsis con un aforo de 23.000 plazas, es uno de los seis que se conservan en todo el mundo; el templo de Augusto o el Fórum son otros dos recuerdos romanos de una ciudad donde también hay pinceladas ortodoxas, medievales, góticas y austro-húngaras.

 

Coliseo de Pula, Croacia
Coliseo de Pula, Croacia

 

La historia también se desparrama por el centro de la localidad de Porec en una lección de arquitectura -trazado romano, edificios góticos, renacentistas y bizantinos- en la que destaca La Eufrasiana, un complejo de edificios eclesiásticos del siglo VI formado por una basílica, una sacristía, un baptisterio y un palacio episcopal y que es Lugar Patrimonio de la Humanidad. Hay también una Istria eslava, que hace suyo el interior de la península, un territorio de pequeños pueblos donde la recolección de la trufa es la más famosa y lucrativa de sus tradiciones; pero no hay que irse de Istria sin seguir el consejo de los reyes, nobles y aristócratas del imperio austriaco que, a mediados del siglo XIX, dieron forma a la Riviera austriaca en torno a Opatija, una bucólica localidad cuyo paseo marítimo -el Lungomare- son doce kilómetros de mansiones, villas, balnearios y hoteles de puro y glamouroso joie de vivre mediterráneo nos aguarda mientras la estatua de la Madonna protege la vista de las aguas de la bahía de Kvarner.

 

Vista de Opatija. Foto © Clemente Corona
Vista de Opatija. Foto © Clemente Corona

Croacia, el país de las mil islas

La bahía se extiende desde aquí, desde la elegante Opatija, hasta Dalmacia. En su interior, al norte, la región esta cubierta por bosques -es allí donde se encuentra el Parque Nacional Risnjak, donde pueden verse linces- y, en el sureste, aguarda el famoso Parque Nacional de los Lagos de Plitvice. Las cascadas por las que se comunican los dieciséis lagos que lo forman es uno de los escenarios más reconocidos de Crocia. Las islas de la bahía –Krk, Cres, Lošinj y Rab- son refugios vacacionales con calas, playas de arena, pequeños pueblos y bahías en los que se hace bueno el tópico de que el tiempo se ha detenido hace siglos-, pero son solo un puñado de las más de mil islas -1.158, en concreto- que salpicab el adriático Croata, y no las más famosas: eso queda para las de Korcula, la isla que vio nacer a Marco Polo, cerca de Dubrovnik; la de Brar, la tercera más grande del Adriático, poblada de pueblecitos, canteras de mármol, colinas con viñedos y olivares, y visitada porque alberga la playa más famosa de Croacia, la del Cuerno de Oro, que cambia de forma al albur del viento y de las olas; y la de de Hvrar la más famosa de las islas croatas, y se ha convertido ya en un must de muchas celebrities internacionales, que se pierden al calor de sus infinitos campos de lavanda, los cultivos delimitados como en los tiempos de los griegos, su herencia arquitectónica, las murallas de la ciudad de Hvrar o las playas de los boscosos islotes del archipiélago de Pakleni Otoci, en los que la privacidad está garantizada.

Paraíso renacentista

Siguiendo el curso de la costa llegamos a Split, la segunda ciudad del país y que será, siempre, el sueño de cualquier emperador. Split es la única ciudad del mundo cuyos habitantes viven en un palacio, donde sus pasillos son calles y sus jardines, plazas. Split es una ciudad bulliciosa que nació, inconscientemente, gracias al capricho de un emperador romano, Diocleciano, y al palacio que mandó construir, un magnífico recinto fortificado de 30.000 metros cuadrados que, tras su muerte y el hundimiento del imperio romano, pasó por diferentes usos y vicisitudes –una fábrica de uniformes, por ejemplo- hasta que los habitantes de la cercana Salona hicieron del palacio su hogar huyendo de los bárbaros. La población pronto superó los muros del palacio: en la Baja Edad Media, la ciudad fue construida intramuros del palacio, y hoy sus restos están esparcidos por toda Split -la catedral, por ejemplo, fue erigida en sobre el antiguo mausoleo imperial. El resto del núcleo protegido de Split comprende iglesias románicas de los siglos XII y XIII, fortificaciones medievales, palacios góticos del siglo XV y otras mansiones de de estilo renacentista y barroco. Pasear a lo largo de la calle Diocleciana y perderse por el laberinto de callejuelas que la cruzan es la mejor manera de descubrir a la que es una de las ciudades más interesantes e históricas del Mediterráneo.

Palacio de Diocleciano en Split. Foto © Tu Gran Viaje
Palacio de Diocleciano en Split. Foto © Tu Gran Viaje

 

A apenas cuarenta kilómetros al norte de la ciudad está Trogir es un tesoro protegido que hace bueno su sobre nombre de “ciudad-museo”, por más que sea un pueblito de piedra en un islote arrimado a la costa que es una pura esencia renacentista. Un racimo de calles y callecitas protegido por la UNESCO donde sobresalen la portada de la catedral y el monasterio de San Nicolás y que tiene mucho en común con la la elegante y aristocrática Dubrovnik. Ni los terremotos de fábula que la han sacudido, ni el peso de la historia -lo último, el asedio que sufrió durante la guerra de los Balcanes- han podido doblegar el magnetismo de esta maravillosa ciudad, merecidamente conocida como “Perla del Adriático”.

Campanario de la catedral de Trogir. © Tu Gran Viaje
Campanario de la catedral de Trogir. © Tu Gran Viaje

 

Dubrovnik, edificada en una pequeña península protegida por el mar y por el monte de San Sergio, fue una importante potencia marítima mediterránea desde el siglo XIII cuya riqueza es palpable donde quiera que posemos la mirada. La Stradun -la “gran calle”- pavimentada de mármol, la muralla que rodea la ciudad vieja -y que ha servido de escenario para la serie Juego de Tronos -el palacio del Rector, el Monasterio de los Dominicos… Y mucho ocio: bares de jazz, clubes, discotecas: Dubrovnik es el mejor lugar en Croacia para disfrutar de la noche.

Dubrovnik
Dubrovnik