Melómana y barroca, a Bayreuth le moldean las pasiones de tres protagonistas de la Historia europea: Richard Wagner y los margraves Federico y Guillermina. Una ciudad que es pura música y, sobre todo, puro Richard Wagner




El Bayreuth hacia el que este tren rápido de DB me lleva en apenas tres cuartos de hora desde Nuremberg está marcado en mi mapa, y en el miles de personas de todo el mundo, por una razón por encima de todas. No es, aun mereciéndolo, por supuesto, por ese punto de próspera y coqueta ciudad alemana de provincias, bellísima, de pequeño tamaño, no. Al Bayreuth al que vengo, al Bayreuth que tantos otros, a lo largo del mundo, tienen marcado con un aspa roja en sus mapas vitales, se lo inventó Richard Wagner cuando decidió, hace siglo y medio, que su talento sólo podría ser disfrutado, y contenido, en un teatro como el que él mismo erigiría allí.

Estación de Deutsche Bahn de Bayreutf. Foto de Manfred Zerndl

El tren tarda menos de una hora en recorrer el trayecto entre Nuremberg y Bayreuth

El capricho de Richard Wagner

Bayreuth es la meca melómana mundial por excelencia. Ni siquiera Salzsburgo y su concierto de Año Nuevo arrastra la carga mítica y emocional de esta ciudad que es y se debe a Wagner. Es aquí, en el Teatro de Festivales, donde se representa toda su obra cada mes de agosto, en una cita musical y social imprescindible para entender cómo la alta cultura puede ser el motor de un lugar: el Festival de Bayreuth. El Festival de Bayreuth es el más grande evento artístico que tiene lugar en Alemania, y uno de los más importantes del mundo. Fue allá por 1850 cuando Richard Wagner tuvo la idea de interpretar El anillo de los Nibelungos en “tres días y una noche”. La duración de la función se prolonga por quince horas y pensó en realizarla en el marco de una celebración especial. Para cumplir su objetivo contó con la ayuda del rey Ludwig II, que le brindó la oportunidad de completar, 25 años después, el sueño de su vida: en 1876 El anillo de los Nibelungos se estrenó en el especialmente construido para la ocasión Festspielhaus, el Teatro de Festivales (Festspielhaus, Festspielhügel 1-2. Abierto todos los días excepto los lunes de 10h a 14h –de diciembre a abril-, y hasta las 15h en septiembre y octubre. Entradas: 5 €). Poco antes de su muerte, Wagner creó su última obra, Bühnenweihfestspiel Parsifal, en Wahnfried, su residencia -que en este día de mi viaje está, lamentablemente, en obras, con el paso cerrado, y carteles de Wagner protegido por un casco amarillo de obra pone algo de humor en un momento algo triste para mí.

Wahnfried, la casa de Richard Wagner en Bayreuth. Foto (c) Tu Gran Viaje

Las obras de remodelación devolverán a Wahnfried todo su esplendor.

Y eso que no soy uno de los miles de fanáticos de Wagner repartidos por el mundo que, agrupados en asociaciones, hacen del Festival y de la ciudad un recurrente y apasionado motivo de peregrinación cuasi-religiosa: al menos una vez en la vida. Son ellos quienes, también, perpetúan este rasgo del ADN de Bayreuth, esta doble hélice simbiosis-fusión: Bayreuth es Wagner y Wagner también es Bayreuth. Y es por eso que yo estoy aquí, persiguiendo las huellas del maestro, intentando encontrar su hálito en sus escenarios vitales; labor imposible porque todo, absolutamente todo, lo relacionado con él, en estos días finales de mayo, está en obras. Lo está Wahnfried, la casa familiar, lo está el Teatro de Festivales, y lo está el Teatro del Margrave, tres escenarios entre los que paseo sin poder hacer más que tomar fotos de sus exteriores. Lo lamento: pero es una razón más para volver. Así lo pienso ante la tumba de Wagner, sin inscripción alguna – ¿para qué, decía él en vida, si todos sabrán quién está enterrado bajo ella? Amén.

 

Tumba de Richard Wagner en Bayreuth. Foto © Tu Gran Viaje
Siempre hay flores frescas en la tumba -sin nombre- de Richard Wagner. Foto © Tu Gran Viaje

 

Los margraves que amaban el Barroco

Bayreuth se debe a Wagner, sí, pero ni mucho menos acaba en él. No es por nada que la ciudad fuera elegida capital del margraviato de Brandeburgo-Bayreuth, uno de los reinos que formaban el Sacro Imperio Germano, en 1603, y eso hizo que viviera una auténtica edad de oro en pleno Barroco de la que, hoy, testigos de ello como el Nuevo Castillo te demuestran porqué tienes esa imagen mental de castillo de cuento de hadas anclada en tu subconsciente. El castillo es una fantasía barroca entre cuyos muros resuena el eco de los bailes convocados por Federico y Guillermina, la pareja de glamourosos margraves que a mediados del XVIII crearon el legado que más ha contribuido –con el permiso de Richard Wagner- a hacer de Bayreuth este polo de cultura y arte que es hoy. Esta residencia real, diseñada y construida por el arquitecto francés Joseph Saint-Pierre, fue terminada en 1754. Con dos museos en el recinto –el de la Magravina y el de la colección Rummel de porcelana de Bayreuth del siglo XVIII-, paso de una sala a otra, de un cabinete a otro, pensando cómo debía sentirse un margrave un día cualquiera, pensando cómo embellecer su capital mientras mantenía a buen recaudo las fronteras del imperio –porque ese, y no otro, era el cometido de un margrave.

 

Nuevo Palacio de Bayreuth
Un fuego destruyó en 1753 el antiguo castillo de la ciudad. El nuevo le superó en lujo y refinamiento

 

En los años de Federico y Guillermo, arquitectos italianos y franceses cambiaron la faz de la ciudad y levantaron las joyas barrocas que adornan mi paseo primaveral. Los jardines del Eremitage, este Nuevo Castillo, la Friedrichstraße y el Hofgarten (el parque del castillo) y, la más destacada de todas ellas, el teatro de la Ópera del Margrave (Markgräfliches Opernhaus, Opernstrasse, 8. Abierta todos los días de 9h a 18h –de abril a septiembre- y de 10h a 16h de octubre a marzo. Entradas: 5€), una maravilla que, aún inaccesible por los trabajos de conservación y seguridad (su interior está completamente construido en madera), me deja intuir, tras las lonas y andamios, el porqué de su merecida fama y porqué está reconocido como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Es un lugar maravilloso, el mayor teatro de Alemania en su época, y a su reclamo se presentó Wagner en la ciudad, buscando el lugar donde representar sus obras –aquellas de las que aún mantenía sus derechos de reproducción-, pero no era lo que quería: de ahí que levantara su propio teatro, como hemos visto.




La Ópera del Margrave es uno de las salas de ópera más famosas de Europa, un delirio rococó mandado levantar al arquitecto italiano Giuseppe Galli por la margravina Guillermina en una obra que duró sólo cuatro años pero que, lamentablemente, no puedo visitar. Apenas puedo asomarme a las obras: el patio de butacas está tapado por una lona, así que sólo puedo bajar y subir por las escaleras interiores, imaginando cómo puede gracias a una exposición de una pequeña sala. Las obras durarán hasta entrado 2014, me dicen: y es que el edificio, cuyo elaboradísimo interior está construido en madera, requiere de unas tremendas medidas de seguridad para evitar ser pasto de las llamas –recuerdo, mientras me lo cuentan, lo que sucedió con el Liceo barcelonés. El fuego, el gran enemigo de los teatros de ópera europeos…

 

Opera Margrave Bayreuth

 

En las afueras de la ciudad está el Hermitage (abierto todos los días de 9h a 18h de abril a septiembre y de 10h a 16h la primera quincena de octubre; cerrado el resto del año. Entradas: 2$50), el antiguo palacio del margrave Jorge Guillermo que empleaba como residencia de verano. Pasajes arbolados, bóvedas naturales, fuentes ornamentales con espectaculares juegos de agua (que puedes ver a las horas en punto)… Todo un regalo de enamorados, porque eso es, además, lo que es el Hermitage, un regalo que margrave Federico hizo a la margravina Guillermina nada más tomar posesión del cargo. Federico amplió el Viejo Palacio, mandó levantar varios edificios tan excesivos como destacables… Todo ello, en un jardín impresionante que era único en Alemania en su época –estamos hablando de mediados del siglo XVIII- y que, aun siendo barroco, parece puro Romántico con sus veredas tapadas por las copas de los sauces, los edificios en ruinas –construidos así-, las pérgolas y los juegos de agua… Mary Shelley se habría sentido en la gloria en el Hermitage de Bayreuth.

 

Hermitage Bayreuth

 

De vuelta al centro de la ciudad –calmo, silencioso, íntimo-, curioseo las librerías del centro, y me siento en las terrazas donde hay sillas con mantas dobladas. Maximilianstrasse, Sophienstrasse, y Von-Römer-Strasse… Las calles principales reposan a la sombra de la torre de la austera Iglesia del Castillo (Schlosskirche, Schlossberglein 5), donde están enterrados Federico y Guillermina. Necesito reponer fuerzas. Cierro mi día en Bayreuth en el mismo lugar en que cerraba Wagner los suyos y, como él, todos quienes pasen por la ciudad. El restaurante Eule es un clásico desde hace más de cuatro siglos al que peregrinan todos los wagnerianos, que buscan hacerse la foto en el lugar que solía ocupar Wagner para encontrar, además, una carta estupenda, barata y que sacia a cualquiera -la norma en Alemania. Me dejo mimar y ceno, naturalmente, en el mismo sitio que el maestro. Bravo!