Son poquitos, pero haylos: todavía quedan viajeros de esos que saben ver con otros ojos el mundo y cuya experiencia resulta cuando menos distinta, sugestiva y, si nos la cuentan, como va a ser en este caso, enriquecedora para el resto de los mortales.

Una entrevista de Jesús García Marín

Uno de esos curiosos entretenidos es Jaume Bover Pujol, que ha sido emigrante en tres países: Alsacia, donde nació y donde pasó su infancia; Mallorca, donde están sus raíces y pasó su juventud, y Marruecos, donde ha transcurrido buena parte de su vida: un país que conoce como la palma de su mano y sobre el que ha publicado una ingente cantidad de artículos de investigación, no en vano fue muchos años director de la legendaria Biblioteca Española de Tánger. Siempre a salto de mata, Bover conoce unos cuarenta países pero tamizados por su extraordinaria cultura y por su amor al detalle. Ajeno a cualquier camino trillado, viaja siempre a su aire. Por el camino se suele entretener y se encuentra las más variadas y lúcidas observaciones.

Jaume, no hay biblioteca ni libro perdido que a usted se le resista, viajes y libros ¿qué rarezas librescas ha visto usted por esos mundos?

He visto de todo. Los libros mejor tratados con un inmenso amor que se nota en cada página son los hebreos de rezo judaico, impresos en Italia entre 1840 y 1900, y guardados por comunidades judías saharianas hoy desaparecidas. Cosidos con aguja e hilo de cáñamo o algodón, usando goma vegetal, forrados con tela de fibra natural, etc. Tocarlos, mirarlos… fue emocionante. Los libros más singulares, hechos con inventiva, imaginación a raudales, materiales pobres… son los de la editorial Vigía de Matanzas de Cuba. Una delicia, una maravilla. Entre las curiosidades de los libros de cocina están el primer libro impreso en Mongolia con caracteres cirílicos, los libros de Polinesia dictados por comunidades de mujeres nativas en inglés, los libros españoles de asesoramiento religioso de los años 40, los árabes sobre la leche de camella y sus virtudes, los senegaleses con recetas de cinofagia o carne de perro… Me impone el respeto de los musulmanes a cualquier impreso en alfabeto árabe, por ser obra de Dios, así como los manuscritos coránicos que se encuentran por doquier en los paises islámicos. Mi relación con el libro por esos mundos ha sido muy gratificante.

¿Cuál ha sido su experiencia profesional viajera más impactante relacionada con los libros?

Fue en Japón, al visitar una prisión donde usaban la biblioterapia para cambiar la conducta delictiva. Era la única del país a la que iban los condenados por delitos de sangre relacionados con los accidentes de tráfico. El edificio no tenía muros, pero sí fosos. Con instalaciones para conducir de día y de noche todo tipo de vehículos. Los internos debían saber de memoria el código de circulación. Las prácticas eran continuas. Solo había libros o videos en los que se mostraba una circulación perfecta. Fui el día de cambio de libros, era en el gimnasio. Una empresa privada traía libros con la garantía de que en ellos no había ninguna imagen mala sobre circulación o vídeos donde los conductores no fueran perfectos. Por ejemplo, no hablaban circulando. El rigor y el orden eran perfectos o neurasténicos. A la pregunta de si algún interno se volvía loco me dijeron que sí, pero que para su curación estaba la Seguridad Social, y que el hospital penitenciario donde los llevaban era más duro que aquella cárcel. En el jardín de diseño de la prisión, cuidado con primor, había un monolito a la memoria de las víctimas de accidente donde los internos podían ir arrepentidos a llorar y pedir perdón. De hecho no se les daba la libertad hasta comprobar que era conductores sin mácula. La reflexión es: si la biblioterapia puede cambiar una conducta delictiva en una conducta correcta en el ámbito de la circulación, también podía hacerlo en otros ámbitos como en la formación de terroristas. Escalofríos me vienen.

Usted conoce Marruecos paso a paso, ¿qué sitios merece la pena ver? Me refiero a sitios no habituales, de esos que casi nadie conoce…

Podría decir muchos, pero no doy nombres de lugares interesantes de Marruecos y de otros sitios del mundo por razones de ecología social. Si se dicen luego se masifican, se destruyen o se llenan de autocares de turistas japoneses. La Guide du Routard es un ejemplo del poder destructivo del turismo. Lo he comprobado y vivido. Por tanto no hay nombres. Para conocer un país se va a los mercados populares, a las estaciones y a los cementerios, desde el más humilde de una aldea africana al mejor del mundo que para mi gusto el de Estocolmo, patrimonio de la humanidad, donde, por cierto, está enterrada Greta Garbo.

¿Cómo llegó a sentar sus reales en Tánger cuando era Tánger?

Siempre tuve claro que debía ir a vivir a un país no europeo, pero tenía obligaciones familiares. Quería irme de Mallorca antes de cumplir 40 años. Mientras tanto me licencié y estudié los temarios para ingresar en el Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios que cambiaban en cada oposición. Luego pude salir de Mallorca para ir Barcelona donde estudié biblioteconomía y documentación. Por entonces visité y exploré diversos países sudamericanos. Recuerdo que en uno de esos regresos tomé un avión de Aeroflot con una ruta sorprendente Lima-Jamaica-Camagüey-Rabat-Luxemburgo, ese vuelo acababa en Moscú. También recuerdo haber visto salir el sol sobre el desierto desde un avión. Con esas vivencias me afiancé en mi idea de largarme de Europa, una idea que venía reforzada desde mi adolescencia cuando conocí la vida de Charles de Foucauld, mi guía espiritual, como etnólogo, lingüista, viajero y místico. Mi madre conoció a su anciana prima en Alsacia donde nací. De modo que la oportunidad llegó. Hubo oposiciones a bibliotecario. El mismo día que salió la convocatoria llamé al Ministerio por si estaba vacante la plaza de facultativo de la antigua Biblioteca Española de Tánger. Así era e hice oposiciones en Madrid sin conocer a nadie. Fui al Ministerio, una vez acabados los exámenes para arreglar papeles identificándome como futuro bibliotecario de Tánger. La funcionaria no me entendió bien, y dijo: “La plaza de Tánger, ya está dada; un loco la ha cogido”. Le contesté: “Este loco soy yo”.

¿Qué le pareció Tánger una vez que se instaló?

Tánger tiene un poder de embrujo muy fuerte, siempre fascina. He conocido españoles, franceses, italianos, norteamericanos… que venían con poco dinero y en vivir a salto de mata, pronto se quedaban embrujados y eran incapaces de reaccionar. Pudiendo regresar a su país para vivir con comodidad, pues se quedaban aunque la miseria se los comiera. Acababan siendo “clochards”. Conocí a una arquitecta de Nueva York que pedía limosna en los zocos, y otros muchos más. Este poder de deslumbramiento de la ciudad ha sido estudiado en una tesis doctoral francesa. De todas formas, yo no tengo ese espíritu aventurero y suicida. Fui allí porque había trabajo con un salario digno. Poco tiempo después de llegar, un estudiante saharaui me dijo: “Tú no eres un nuevo colonialista, no has venido a hacer dinero, has venido a ayudar a este país”.

 

Podría decir muchos, pero no doy nombres de lugares interesantes de Marruecos y de otros sitios del mundo por razones de ecología social. Si se dicen luego se masifican, se destruyen o se llenan de autocares de turistas japoneses


Usted ha vivido los mejores tiempos del ambiente cultural tangerino y ha sido uno de sus protagonistas. ¿Qué me puede contar someramente del mismo?

Aunque he vivido treinta años allí, no desee nunca formar parte de un gueto tangerino huyendo de todos ellos, pero la vida me llevó a ser muy amigo de la colonia sueca, y a profesar una buena amistad con la consulesa británica que, por cierto, hablaba mallorquín que había aprendido cuando vivía en Deià. Era el único español invitado en el Queens Day, aparte del Cónsul General de España y consorte por razón de protocolo. Uno de los actos que me recordó lo que debió ser el Tánger Internacional fue el funeral por Lady Di presidido por la Princesa hermana del rey Hassan II, el arzobispo católico de Tánger, la consulesa británica, los imanes de la Gran Mezquita, los rabinos, etc. Durante muchos años fui el único extranjero en los conciertos de música andalusí en el Palacio Muley Hafid hasta que la colonia extranjera los descubrió. Como curiosidad, te contaré que tuvimos un cónsul general español que durante el acto del 12 de octubre, Fiesta Nacional, tras saludar a las autoridades locales, el cuerpo diplomático, los españoles, los hebreos, etc., se travestía de torero bailando flamenco. Yo a todo aquello asistía por obligación al ser el director de la Biblioteca Española. Mi amiga, la consulesa británica me decía que aquello eran las esencias patrias en activo sobre un tablao.

Hábleme de algunas librerías y mercados librescos raros…

En el mercadillo de un país árabe integrista encontré un libro de mi antepasado Joaquim M. Bover de Rosselló (1810-1866), que no se halla en ninguna biblioteca de Mallorca. Me puse a llorar. Para mi siempre era una emoción fuerte visitar cada año la tienda del señor Marratxí (= originario de Marrakech) de Oujda, frontera con Argelia. Había centenares de miles de libros. Marratxí vivía entre ellos. Sus muebles, sofàs (diwan), cocina, letrina… estaban hechos con libros amontonados. Por supuesto no había estaterías ni ningún orden. Tampoco se pisaba el suelo, solo había libros distribuidos, digámoslo así, en “orden geológico”. Luego, durante treinta años, mi droga consistía en acudir todos los domingos, día de mercado, al inmenso zoco de Casabarata (Tánger): libros antiguos desde el siglo XVII hasta hoy en todas las lenguas: etíope, hebreo, mongol, ruso, farsi, lenguas camitas, etc. Soy coleccionista de libros de cocina y allí compré más de treinta mil que he donado a la Biblioteca de la Universitat de Barcelona, Biblioteca de Catalunya y Biblioteca de la Universitat de les Illes Balears, etc. También visitaba las yutias (mercados de segunda mano) que hay en todas las ciudades de Marruecos. En Casabarata se podía comer adafina, un cocido hebreo de origen sefardí.

Creo que fue de los primeros en entrar en un archivo albanés en tiempos de Enver Hoxha, ¿cómo era aquel mundo autárquico y cerrado?

Fui a Albania a la búsqueda de una respuesta: ¿por qué los esclavos albaneses en Mallorca y Catalunya eran casi todos mujeres?, quería escribir algo sobre esta cuestión. Entonces la bibliografía albanesa en Mallorca era inexistente y no había Internet. Trabajé en la Biblioteka Kombëtare Tiranës o Biblioteca Nacional de Albania. Era el único investigador extranjero. Fui tratado con mucha deferencia. “Usted lárguese, deje su asiento al extranjero”.  Pero no me ayudaron nada en la búsqueda de información. La llave fue saber la CDU (Clasificación Decimal Universal). Así pude localizar todo lo que tenían de medievalismo albanés que pude consultar sin ningún problema. La mayoría de libros y revistas tenían una “R” enorme escrita en lápiz rojo y grueso que quería decir prohibida su consulta a los albaneses. Finalmente conseguí la respuesta a la pregunta: Albania era tan pobre que los padres bajaban de las montañas a algún puerto para vender sus hijas a mercaderes venecianos y desde el mercado esclavista de Venecia llegaban a Mallorca y a Barcelona. Solo encontré una librería: la Librería en Lenguas Extranjeras, que no tenía clientes y con muy pocos libros. Compré algunos diccionarios bilingües curiosos. Tuve tiempo de consultar libros escritos por el Achiduque Luis Salvador de Austria, donativo personal al antiguo presidente de la nación. Uno de ellos era de un formato inmenso y peso enorme. Me lo sirvieron cuatro mozos. Era muy gratificante ver los domingos por las mañanas, las enormes colas de lectores que daban la vuelta al edificio para llegar al mostrador de préstamo. Por cierto, el autor español más conocido allí era Vicente Blasco Ibáñez (Viçente Blasko Ibanes).

 

Durante treinta años, mi droga consistía en acudir todos los domingos, día de mercado, al inmenso zoco de Casabarata (Tánger): libros antiguos desde el siglo XVII hasta hoy en todas las lenguas: etíope, hebreo, mongol, ruso, farsi, lenguas camitas, etc.

 

Suecia es su país favorito, dígame tres cosas que la diferencian del resto del mundo.

Es el país más adelantado y perfecto que conozco. Tiene lacras como el alcoholismo, pero cuando viajo a cualquier parte del mundo siempre miro lo positivo y no lo negativo. Tengo un pariente, que ya es abuelo, en Estocolmo que siempre habla mal de Suecia donde ha vivido desde joven, algo común en la primera generación de emigrantes. Se lo prohibo. No me interesa saberlo. Mis primos suecos nunca se quejan de su país. Lo mejor: su tolerancia, solidaridad, amor a la naturaleza; la religión está al día, y no es una carga. Conozco las obispas, alguna predicadora… Si coincide voy a la Misa del Amor Fraterno, que se oficia en julio-agosto y que está presidida por la obispa de Estocolmo. Una señora que está lejísimos de las ideas del Vaticano. Además, Suecia es un país pacífico que hace 300 años que no tiene guerras, y eso imprime carácter.

Y con Bover podríamos estar charlando horas y horas.  Tiene muchas cosas interesantes en sus alforjas, cosas que no salen en las revistas de viajes al uso, ni en las guías, ni en ningún sitio. Son esas cosas que se viven o no. Gracias, Jaume, por compartir algunas de tus andanzas con los lectores de Tu Gran Viaje.

 

La Biblioteca de Jaume Bover

La Biblioteca de temas gastronómicos y alimentarios de Jaume Bover —donada a la Biblioteca de la Universidad de Barcelona— fue iniciada por la familia Bover de Mallorca, una larga saga de azucareros, confiteros, cereros y cocineros desde los siglos XIV al XX. Trabajaron por todo el mundo: Caribe, América del Norte, Francia, Mallorca, etc. Su padre, Josep Bover Ensenyat (Andrax, 1902-1945), adquirió una buena colección en Cuba y Francia, pero la mayor parte fue destruida (1940-1945) intencionadamente por la Gestapo durante la ocupación de Alsacia y Lorena donde residía la familia.

Algunos ejemplares se salvaron debido a que fueron emparedados en una cava. Después de la II Guerra Mundial, la colección se rehizo con obras francesas. Entre 1955 y 1978 con el retorno de la familia a Mallorca se adquieren especialmente obras de las Baleares y del resto de España. Desde 1978 la biblioteca creció considerablemente con obras procedentes de todo el mundo, sobre cualquier aspecto de la alimentación y en cualquier lengua. Desde 1986 con el traslado a Tánger, Marruecos, se han adquirido importantes fondos procedentes de familias europeas y americanas residentes en dicha ciudad.

La biblioteca contiene un conjunto importante de libros de cocina balear y marroquí. A parte de recetarios, la biblioteca incluye una gran cantidad de monografías y revistas sobre temas relacionados con la alimentación cómo son guías de restaurantes, antropología, libros infantiles, narraciones, aspectos científicos y técnicos, y otros temas inusuales. Esta biblioteca especializada se complementa con una colección muy importante de utensilios de cocina: vajillas, ollas, tejidos, utensilios para la matanza, etc., procedentes de las familias Bover y Pujol que fue donada al Museo de Mallorca, Sección Etnológica.

Sobre Jaume Bover Pujol

Jaume Bover Pujol (Les Vosges, 1945) es descendiente del gran historiador mallorquín del siglo XIX, Joaquín María Bover. Jaume viene de una familia mallorquina que emigró a Cuba y posteriormente volvió a la Isla. Sus padres regentaron un comercio en Alsacia, donde vivió con ellos los horrores de la II Guerra Mundial: la Gestapo aparecía de tanto en tanto por su casa. Uno de sus mundos es el de los libros, siendo uno de los grandes especialistas en la materia. Ha escrito incontables artículos de investigación sobre los más variados temas: libros antiguos, imprenta, textiles, halconería y cetrería histórica, bibliotecas (una de sus grandes pasiones) e infinidad de temas de Marruecos y España.

Fue durante treinta años director de la Biblioteca Española-Instituto Cervantes, que modernizó y volvió a tener el esplendor histórico que tuvo. Gran coleccionista de libros de cocina, muchos de ellos en la Universidad de Barcelona, una sección de la misma se llama, por eso, “Jaume Bover”. Nuestro personaje ha sido entrevistado muchas veces y aparece algunos libros como “Recuerdos de Tánger” en el que también se habla de su amigo Paul Bowles (Ed. Azarbe, 2003).