Analepsis, o flashback soviético


Mural graffiti en la calle Arbat de Moscú. Foto (c) Cristina Bauzá de Mirabó

La primera vez que estuve en Rusia fue en 1991, justamente me pilló el golpe de Estado y la subida al poder de Yeltsin en Moscú. ¿Cómo era aquella Rusia? Cuando la perestroika, el sueldo medio rondaba los 300 rublos. En San Petersburgo había un precio oficial para las cosas, pero al final cada uno cobraba, dentro de un límite, lo que quería. Se tenía derecho a un kilo de azúcar por persona al mes, algo de vodka y tabaco. La ropa en poco tiempo subió cinco o seis veces. Los jubilados se encontraron con que su pensión les venía justa para comer, y de comprarse ropa, ni hablar.

Durante la perestroika, y también ahora, una noche de hotel costaba, lógicamente al extranjero, unos cien dólares. En aquellos tiempos un ruso, para reunir esa cantidad, tendría que haber trabajado veinte meses sin gastar nada. En tal caldo de cultivo afloró un impresionante mercado negro: nos cuentan que se llegó al extremo que en San Petersburgo quien quisiera ser contratado de camarero pagaba 1.500 rublos al año, y luego, sirviendo en el comedor, se dedicaba a vender cosas.

Los turistas eran prácticamente asaltados por vendedores ambulantes. Por unos diez dólares se adquiría un bonito reloj; sin embargo, uno los abría y comprobaba que estaba vacío, que no tenía maquinaria. Muchos cobraban con los productos de las fábricas que luego revendían. En los tiempos de Gorbachov ya se podía comprar directamente a los campesinos, y florecieron las primeras constructoras privadas. Una Rusia muy distinta a la actual, otro mundo incluso para los rusos actuales. ¡Aquellas tienda de juguetes! ¡aquellas librerías! ¡aquellas tiendas de discos de música clásica!… Todo eso suena hoy a puro vintage.